martes, 27 de noviembre de 2007

Fábrica del PTA


En Citesa sólo quedábamos 304 trabajadores, en los que estaban incluidos desde el director general hasta el mozo. Ya se había decidido que nos teníamos que ir a una nueva planta que se iba a construir en el PTA. El viejo Martiricos se había tasado en 1300 millones de pts. Teniendo en cuenta que el terreno había costado el precio simbólico de 1 pta (de las de hacía 30 años, no te creas), el salto había sido grande. Ni que decir el valor que va a tener el nuevo proyecto de hacer varias torres y un centro comercial en el terreno de la fábrica de Martiricos, a llevar a cabo en los próximos años.




El caso es que nos fuimos preparando para la nueva residencia. Para que no hubiera protestas de última hora, se concedió a los trabajadores una ayuda para el transporte, ya que necesariamente había que trasladarse sobre ruedas al nuevo emplazamiento.










La parcela obtenida era, con diferencia, la mejor que había: 40.000 m2, situada según se entra en el PTA, a la derecha. La planta era diáfana y muy funcional. Cuando se estaba construyendo se decidió rebañar un trozo de la parte lateral, en un afán roñoso de ahorro.

La fábrica era una monería exteriormente, y se había cuidado los alrededores a conciencia, con una distribución que ya envidiarían muchas urbanizaciones.

Llegaron los últimos pedidos de máquinas de SMD a última hora y se decidió que era mejor montarlas directamente en la nueva fábrica. Además de las máquinas Fuji, se incluían máquinas de soldar en atmósfera inerte y equipos de prueba automáticos.

Nos mudamos en 1994. La gente estaba acostumbrada a la solidez de la antigua fábrica, y al principio más de uno atravesó sin querer las paredes de escayola de la planta de oficinas. Y las escaleras interiores ¡eran de terrazo! Parecían las de los bloques de viviendas protegidas. Pero, ¿dónde estaban los rosales, las palmeras, los eucaliptos? ¿Dónde las ventanas? A pesar de estar enclavada en una parcela cuatro veces más grande que la planta, la fábrica estaba aislada. En Martiricos se salía a hacer cualquier gestión a otro edificio de la planta y lo hacías embriagado por el olor de las flores y el colorido de la vegetación. Aquí todo estaba dentro de un mismo edificio, aunque en los alrededores no faltaban ni el césped ni las uñas de gato.

A los pocos meses la fábrica fue inaugurada por el mismísimo Rey. También se acercaron a la inauguración el Presidente de la Junta, la alcaldesa, el presidente de Alcatel y el resto de autoridades. Dos semanas antes la fábrica había sido peinada a fondo por el sistema de seguridad. ¡Qué guapos los perros encargados de husmear si había alguna que otra bomba en los cajones de las mesas de trabajo! Los agentes de la seguridad se mimetizaron discretamente por fábrica y oficinas. Allí estábamos todos con nuestras batas blancas, como alegres banderas que saludaban a los prebostes que ese día se pasearon por nuestra fábrica. Fue un día memorable.
















Y no digamos del día de puertas abiertas. De nuevo los trabajadores volvimos a sentirnos orgullosos de enseñar la fábrica a nuestras familias. Ya estábamos reciclados y habíamos superado el reto de adaptarnos a las nuevas tecnologías.






La fábrica se había desperezado y fabricábamos con fluidez cualquier cosa que se presentara. Los aparatos inalámbricos, diseñados por nuestra I+D, salían como churros y técnicamente sin problemas. El nuevo Domo se empezó a fabricar brillantemente, dando muchísimos menos problemas de los esperados, llegando hasta a ser rentable, a pesar del precio impuesto por Telefónica. Los aparatos de moneda de interior se diseñaban y fabricaban sin incidentes.




























































































Existía un “pero”. Oficialmente la plantilla se había de mantener como mínimo en los 304 trabajadores, pero esta condición también se convirtió en la práctica en que tampoco se superaría esta cantidad. Como consecuencia, al ser necesaria coyunturalmente la contratación de nuevos compañeros, éstos entrarían con contratos precarios, según una fórmula mágica: entrarían en escena la empresas de trabajo temporal.

































Alcatel no lo tenía claro con nuestra fábrica e hizo un alarde de filigranismo: Creó una “joint venture” con Thomson, y nuestra fábrica pasó a convertirse en “Atlinks” (Alcaltel-Thomson links, es decir, unión de Alcatel y Thomson).

Pero una oscura nube se cernía sobre la antigua Citesa. El bisturí de los sesudos dirigentes estaba preparado para la operación definitiva. Había que deshacerse de la incómoda planta de fabricación.

Un día, sin nadie esperarlo, se comunicó la “buena nueva”: La empresa se dividía en dos. Una continuaría llamándose Atlinks y estaría constituída prácticamente por I+D y Comercial. La otra, el resto, pasaría a depender de una desconocida hasta el momento llamada A Novo. 50 se quedaban en Atlinks y el resto en la nueva empresa. Como un matrimonio mal avenido, nos separamos, pero seguimos compartiendo la misma casa. Todos continuamos en el mismo edificio. Pero era difícil erradicar los frutos de más de 30 años de relación y seguimos comportándonos como si nada hubiera pasado.

Nadie pareció sospechar el alcance de la maniobra. Prácticamente se condenaba a muerte a la parte de fabricación, siendo incierto el destino de I+D.

La nueva empresa tenía su fuerte realmente en la reparación, siendo marginal para ellos el tema de la fabricación. La gente empezó a inquietarse: ¡nos han puesto en manos de unos chatarreros! La cosa fue bien mientras se agotaban los tres años acordados en que Atlinks se comprometía a comprar el producto fabricado. Una vez pasados estos tres años, A Novo se quitó la careta. Lo que quería realmente era dedicarse a la reparación y, si no había fabricación, empezaba de nuevo a sobrar gente. Éramos muy caros y mayores.

De nuevo, el ángel de la guarda de Citesa entró en escena. Una empresa que se dedicaría a la fabricación de móviles de marca blanca estaba en sus inicios y todavía no había aprendido a fabricarlos ni tenía sitio para hacerlo. El director del momento se dio cuenta que esto podría ser la supervivencia de la empresa y se llegó a un acuerdo con ellos para iniciarles la fabricación, lo que nos dio dos años de respiro.

Para afrontar la nueva carga de trabajo, volvieron a entrar más líneas de ensamble automático, pero esta vez de segunda mano. Nos habíamos adaptado perfectamente y fue relativamente fácil para nosotros el iniciar e implantar la fabricación de móviles. La nueva empresa aprendió de nosotros todo lo que pudo y, poco a poco, nos fue constriñendo, como lo hace una higuera en el Amazonas con el árbol que se presta a mantenerla erguida. El mayordomo se convirtió en el amo y se hizo cierto el aforismo de “ni sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió“.












Otra vez el fantasma del cierre se cernía sobre Citesa. En un intento desesperado de supervivencia, se malfirmaron convenios que reducían los derechos a los nuevos compañeros que se contrataran oficialmente a partir de ese momento. Pero esto no bastó, los números no salían y la fábrica se tenía que cerrar. ¿Era un guión ya escrito o era una consecuencia de la fatalidad?























Las batas blancas alumbraron el PTA y el centro de la ciudad en sus paseos de protesta. No nos iban a callar: “Es justo lo pedido y es tan poco ¿tendremos que perder las esperanzas?”.












Sin embargo, lo que en un principio pareció como un castigo divino, llegó a formar parte de la solución. La empresa de móviles se comprometía a comprar la planta del PTA y la Administración estaba dispuesta a estudiar un plan serio de viabilidad, que se firmó en 2005. Como resultado, 198 trabajadores de los antiguos, con más de 55 años, entraron en el plan, con la posibilidad de ampliarlo a unos pocos que se quedaron en la línea de corte.






















Aquí se difumina el rastro de Citesa. Los trabajadores que quedaron en A Novo, jóvenes y algunos veteranos, pasaron a una nueva planta de alquiler en el PTA. Los de Atlinks, que pasó definitivamente a llamarse Thomson, también se trasladaron a una oficina de alquiler. También tuvieron que pelear para mantener sus puestos de trabajo.

Pero el espíritu de Citesa continúa vivo y puede ser que algún día cristalice de nuevo en una fábrica potente y orgullosa de sí misma, como Málaga se merece.

Aportación de JOM.

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