Aunque hace algún tiempo, di por terminada mi participación activa en estas páginas, he seguido visitando el blog. Con ello, he enriquecido mi conocimiento con numerosos aspectos, técnicos y financieros de CITESA, de los que habéis escrito los que podíais hacerlo.
Mi memoria de la fábrica, quedó agotada con mi aportación, pero, las vuestras, han servido para ampliarla, con historias y anécdotas, que no recordaba o, simplemente, ignoraba. Al mismo tiempo, creo conocer mejor, ahora, a las personas, que, aquí, han escrito y, cuya identidad, he descubierto –en algún caso-, a través de las siglas, con las que aparecen.
Ya no pensaba aparecer más por este blog, pero, en el anecdotario, no pude encontrar algo, que sucedió en el taller de ensamble y que, posiblemente, justifique el extraño titular de esta entrada, así como mi necesidad de contarlo:
Aunque no sabría precisar el año, me remito a la fecha de las cadenas de ensamble progresivo, que se abastecían y evacuaban, por medio de los dos transportadores (amarillo y rojo) y que facilitaban el manejo de materiales.
De uno de ellos, que llevaba sus bandejas repletas de subaparatos, colgaban los cablecillos, rematados en conteras, del timbre y del disco y, en uno de los tramos más bajos, uno se enredó en el pelo de uno de los mozos, arrastrando el resto de la cabellera –que, realmente, era un peluquín-, para, después de haber atrapado su presa, reanudar el vuelo hacia las alturas y dejar, al mozo, con las ideas al descubierto. Posiblemente, nadie hubiera reparado en el hecho, sino fuera por la carrera y saltos, con los que, el agraviado, pretendía recuperar el pelo perdido y que, finalmente, no llegó a conseguir.
Y, aunque estoy seguro de una posterior recuperación del aditamento capilar, también se que, desde entonces, jamás lo volvió a lucir.
jueves, 10 de abril de 2008
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